Odian a las que no nos callamos

Habitar este cuerpo multipolar es impredecible para aquellos básicos de mente pequeña que no comprenden que la mujer es un ser altamente capaz, versátil, cambiante, fuerte, dominante y que la voz la tiene para usarla.

 

Crecí en una casa en la que éramos 5 mujeres y un hombre, una  abuela que crió sola a sus hijas y mi madre que fue abandonada por mi padre, mis tías solteras y hasta la mascota de la casa era una perra frespuder llamada Muñeca, el único hombre que había tenía 1 año menos que yo; por ende, yo era la que ordenaba, era algo así como su prima-hermana mayor y él debía comprender que en casa las mujeres se respetaban, y replicarlo en su vida. No aceptamos ningún intruso machito que viniera a opinar sobre nuestra forma de vivir. En el transcurso del tiempo entendí que en toda ocasión debía opinar, siempre opinar, opinar siempre. NO QUEDARME CALLADA, que esos micromachismos que sentía mis compañeritas de colegio desde pequeñas yo no los iba a sufrir, aunque tal vez sí a vivir por que de eso ninguna de nosotras se puede salvar. 

Ahora que pienso, por mi parte no me ha ido muy bien y la tarea de hacer amigos hombres o lo que se le parezca (relaciones, ligues, vueltas, trivialidades, conversaciones y etc.…) ha sido la más difícil de mi vida. Que no les ofenda o incomode lo que la mujer piensa es de verdad un juego de monopolio sin terminar. Hemos pasado por los machitos maquillados de aliados que deciden hacerse al lado para así hacer comparaciones vagas sobre lo que ellos han logrado y acerca de que nosotras no hemos incidido constantemente para ganarnos los espacios o el respeto. Palabras de más de uno en espacios feministas en los que ellos desean estar, quieren estar o ya están incluidos. 

Empecé a ser una maldita bendita que no se queda callada, que le vale tres gomitas de mermelada negra si al Juanito le gusta mi opinión, que a pesar de compartir con muchos de ellos no tengo que aguantarme sus vulgaridades y que protege a las mías. Sí, a las mías: mis compañeras, amigas, profesoras, colegas, hermanas. Protegerlas hasta cuando no quieren y mostrarles que sí se puede hablar sin padecer la burla o por lo menos respondiendo a ella transgresivamente porque es la única forma. 

Se que habitar este cuerpo multipolar es impredecible para aquellos básicos de mente pequeña que no comprenden que la mujer es un ser altamente capaz, versátil, cambiante, fuerte, dominante y que la voz la tiene para usarla. Ellas y solo ellas pueden cambiar de decisión millones de veces, más nadie puede compararse con esa oportunidad que es ser mujer y desde que nacen ser unas espadas de guerra en sí mismas, porque si no hay defensa mueren. 

Yo nunca tuve miedo, pero me pasaba de prudente cuando sentía que la rara habladora, peleona, criticona, era yo. Que el mundo estaba visualmente tranquilo, que mis compañeras con morados en la cara usaban mucho jabón en el baño, o cera para los pisos, que era preferible callarme y no tener enemigos. Comprendí definitivamente que debía salirme de esa estructura de mierda en la que todas las instituciones nos quieren adiestrar, moldear y minimizar. Permití que esa, por las que mis antepasadas habían luchado, tenía que dejar de estar reprimida y decir lo que se le diera la gana a la hora que se le antojara y al man que se lo ganara. 

No nos quedemos calladas, así al taxista no le guste: ese no es el camino y yo elijo la ruta. Así al profesor le raye la cabeza, yo defiendo la integridad de las mías. Así al compañero le molesten tus procesos e intervenciones: habla, grita fuerte y hazle pistola por cabrón. 

No nos quedemos calladas porque, si lo hacemos, es lo peor que podemos hacer.

Por: @NataliaCalonge

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